Precisamente ha tenido que ser un
porteño el que nos ha marcado el camino de vuelta a las rayas en gris y blanco
por la tele, rojiblancas de ganchillo anudadas al cuello, al olor añejo que aún
emana de una bota o un porrón , a la mano tensa y poderosa de papá o el abuelo evitando
que me defenestrara de las aceras del Paseo de Yeserías en pos de un balón perdido.
Al “muchachos jueguen como saben”, al líbero y al cobrador del Club que pasaba
por tu casa a extenderte el cupón. Al látigo de Mr. Max.o a melenas oriundas al
viento. Purolator en verde húmedo o gris ardiente. Patillas y zapatones. Extremeños
que aún se tocan. Gloria Bendita.
Son tantos y tantos los recuerdos
que súbitamente se agolpan en mi memoria, en mis sentidos, que deberán
disculpar tal amalgama de emociones y sentimientos que, seguramente, muchos de
ustedes compartirán, escucharán, olerán, saborearán y tocarán en este mismo momento,
como lo hago yo. Ojos cerrados, faltaría más.
Pareciera que ese porteño al que
hacíamos referencia al principio, que
no es otro que nuestro idolatrado Cholo, como muchos habrán intuido, se
empeñase en hacer honor al tango de LePera inmortalizado por Gardel. Pero
cuarenta años (ya sé que el tango habla de veinte pero estamos a lo que estamos, oigan) han sido mucho. Más malo que bueno, por supuesto. Sin ir más
lejos, arrastramos la lacra de haber pasado de ser Club a ser una mercantil por
mor de un delito de apropiación indebida y con la perpetuación de un delincuente
como dueño y señor del cortijo y, aunque nunca pueda apropiarse de un
sentimiento, de una forma de ser y vivir, tantos años de estancamiento y
pobreza marcan mucho, demasiado. Quizás ése sea el sentido del “nada”, que
remarcara el crudo existencialismo de Laforet al retratar la España de la postguerra. Ése
es, verdaderamente, el significado del “nada” del tango tras veinte años (ahora sí, más
dos), de gilismo errático y totalitario: involución , miseria, saqueo, escasez.
Pero oigan, somos del Atleti. Y
eso de por sí, aparte de un orgullo irrefrenable y pasional, es una suerte
tremenda. Un eterno gozo en el alma, ya sea en colegio de curas o de laicos. Ya
fuera en ambientes burgueses o arrabaleros, con dinero o sin dinero que viva mi
Atleti de Madrí. Sí, hasta la canción de Sabina encierra verdades como puños,
entre coplas, fandanguillos y tópicos falaces e infumables. Siendo del Atleti todo
tiene razón de ser y si no nos gusta luchamos por cambiarlo. Así pasen otros... “nada”.
Hemos vuelto.
Escucho y leo que Simeone tiene mucho mérito. Y lo comparto, cómo no hacerlo.
Pero la mayoría desconocen en verdad ese valor, si no son del Atleti. Porque su
mérito trasciende de lo puramente deportivo y se inmiscuye de forma solapada en
lo institucional. Pero no saben ustedes, los que no respiran y transpiran en
rojo y blanco, hasta qué punto se entromete en la zona otrora noble, aunque haya sido de forma accidental. Nosotros sí.
Y no me pongo críptico. Que me compre quien me entienda, sea o no del Atleti. Y el mismo mérito y devoción merece la plantilla, esta vez sí, deportivamente hablando. Unos titanes. Pase lo que pase de aquí a un mes.
Cierro otra vez los ojos. Y
pienso en los cuarenta años del título. Rememoro Celtic Park, otra vez en
grises. Tibias magulladas, extremos alopécicos rubios contra defensas melenudos
morenos. Tres de los nuestros abandonando el pasto por orden de la justicia
otomana. Sangre, sudor y risas brazos al viento, entre insultos de una afición predispuesta
tras perder en el 67 una intercontinental ante el Racing Club de Panadero. La
batalla de Glasgow fue la antesala de la final de Heysel, pasando por las
puertas del Templo, no lo olvidemos, donde el Ateti dio buena cuenta de la horda
escocesa. La primera en levantar una orejona desde Britannia. Un mérito inmenso
que ha de repetirse esta noche, precisamente frente a los últimos británicos
que han levantado esa Copa. Huele a noche triunfal, a épica y gloria. A ganar y
ganar y volver a ganar. Con las sienes plateadas, febril la mirada y el alma
aferrada a un dulce recuerdo.
Volver.
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