Me lo he tomado al pie de la letra, oigan. Esta mañana de lunes
triunfal me he levantado y al encender el ordenador y entrar en mi correo, me
he dado felizmente de bruces con la realidad, esta vez nada cruda. Y el último correo
de mi bandeja de recibidos, rezaba así: A Neptuno.
Y con cierta sonrisa malévola, de esas que te retrotraen a
tiempos ya muy pretéritos en los que casi aún calzaba polainas, por tercera vez
en cerca de 40 horas me he plantado en nuestra divina Plaza. Imaginen ustedes
tan placentera experiencia, inmerso en la vorágine del Madrid urbano, presuroso
y bullanguero, cerrar los aún enrojecidos ojos, muy perjudicados por la
llantina casi continua desde el día de San Isidro y el desvelo de estas
jornadas, para experimentar un cúmulo de sensaciones brutalmente maravillosas;
las palabras del Cholo, de Gabi, el "Diego quedaté", el olor a
petardo, el brazo de mi casi tocayo Grandes portando con gallardía nuestra
bandera, la sonrisa en los ojos alucinantes de Agustina, un tatuaje dorsal de
un mito melena al viento, la excéntrica euforia de los compatriotas que saltan
contigo abrazados y aullando campeones al cielo de Madrid...la voz de la sangre
de tu sangre cantando un himno eterno.
Otra vez la carne de gallina en apenas unos segundos, imaginen.
Pero les juro que ha habido dos secuencias que no puedo dejar de contarles y
que no olvidaré en mi vida. Una, gloriosa, la imagen de José Luis Capón de ayer
en esa misma Plaza, atestada, dicen, de 200.000 almas rojiblancas que parecían
como mínimo un millón. Capi, enfundado en su camiseta del Centenario, con su
Capón y su 3 a
la espalda, henchido de orgullo y vista al frente del Palace, es la viva imagen
del Atleti, de la lucha rebelde pero confiada contra una situación injusta. De
la fe ciega en alcanzar la meta de ese viejo corredor de fondo con el cuerpo ya
ajado de inmerecidos reveses. Estrechar su trémula mano y aún más, que la
posara en mi espalda mientras Javi Vega nos sacaba una foto, fue para mí
enternecedor. Como si mi padre volviera a la vida a darme un abrazo infinito. Larga
vida a Capón, como a todos los ídolos que nos han acompañado en este fin de
semana triunfal y su previa sanisidril de los 50.
Y luego está lo que me ha pasado esta misma mañana en Neptuno, concretamente
en el bulevar central del Paseo del Prado. Parado allí, con los ojos cerrados y
dirigidos al cielo, mientras visualizaba tantas fabulosas imágenes de estos
días y escuchaba maravillosos sonidos ajenos a la realidad reinante, alguien me
observaba a mí. Y cuando cumplo con el místico y particular homenaje a lo
vivido, abro los ojos, comienzo a andar y, apenas dados cuatro pasos, a mi lado,
un mendigo, enjuto, desarrapado y barbudo, como no puede ser de otra manera, surge
cantando por Manu Chao: “me gusta el
Atleti, me gustas tú, me gusta el campo del Atleti me gustas tú “ para
luego seguir desvariando en un lalalala acompasado. Ignoro si la tonada iba por
mí. Quiero creer que sí, aunque ningún signo externo me identificaba hoy con el
sujeto principal de su canción. Me ha parecido tan mágico que he preferido no dirigirme
a él en absoluto y pasar de largo, con una sonrisa y una mirada cómplice como
única limosna, para no romper lo sublime del momento. Mal hecho. Al cabo de un
rato he vuelto a pasar y ya no estaba. Y vive Cholo que me he arrepentido.
Como justa y merecida penitencia, llevo ya casi dos horas con el
soniquete martilleándome mi descerebrada mollera
“Me gusta el Atleti me
gustas tú…”