HUBO UN TIEMPO…en que el derbi era un derbi. En que los partidos se jugaban a sangre y fuego, con el cuchillo entre los dientes y el colmillo salomónico. No es ciencia ficción aunque algunos no lo hayan conocido y otros fueran muy pequeños. Era un tiempo en que la victoria ante el gran rival era la mayor de las satisfacciones, sí, pero se veía como algo natural.
Mis recuerdos más claros se remontan a la gloriosa década de los setenta, pero ya antes pasamos una mala racha, del 65 al 70, en que estuvimos “la friolera” de cuatro años sin ganarles a los blancos. En esos años perdimos con ellos tres veces y les empatamos cinco, pero después de cantar victoria tras el 0-1 en el Bernabéu de marzo de 1965 (1964-65) con gol de Mendonça, no les habíamos vuelto a ganar. Esa mala racha se arregló en el Calderón en 1970, con un gol de Gárate y dos de Luis Aragonés. Don José Eulogio Gárate Ormaechea (nunca recuerdo si es con hache, lo siento) y Don Luis Aragonés Suárez... ¡ qué tiempos aquéllos !.
Desde luego había respeto. Entre las aficiones y los futbolistas. Siempre había algún tocapelotas como el padre de Adrían González, que osaba sacar los pies del tiesto y llamarle paleto a un jugador nuestro eibarrés, todo pundonor. Esas afrentas se vengaban en el campo, con el orgullo y la dignidad como leyenda en el escudo de armas y meses después nuestro pizo le ganó una final de Copa en plena Cuadra. Luego nos despediremos recordando la noche anterior a vivir ese momento glorioso de nuestra historia, producido a pesar de Gil y Gil.
Porque fue con el fatal advenimiento de la SAD cuando llegaron las peores rachas en el derbi. Y desde hace doce años, cuando este dejó de existir para pasar a ser un entrenamiento a medio gas y en fin de semana del equipo blanco. Cuando el gilcarcinoma nos condecoró casi de por vida con la medalla al deshonor cada vez que el equipo “desencaraba” un partido contra el otrora eterno rival. Maldita la SAD y el que la trajo.
Decíamos que con el gilifato instalado y en pleno apogeo, dejamos de ganarle al Madrid siete años seguidos, entre el 92 y el 99, desde aquél 2-0 con goles de Manolo y Vizcaíno en la 91-92 hasta aquél 3-1 de la 98-99, con goles de Lardín, Jose Mari y Junninho. Esa fue la segunda peor racha del Atleti en los derbis que ya empezaban a no ser derbis.
Y tras el año del descenso, la cosa se torció lamentable y premonitoriamente. Doce años sin ganar al otro equipo de la capital, con permiso del Rayito. Doce años van ya de risa floja vikinga cada vez que encaramos la semana del derbi. Doce años de aguantar la prepotencia y el abuso de poder rezumando por los poros de esa piel cerval, doce años en que nos pasamos catorce días con las glándulas salivales como pelotas de tenis y pensando para nuestros adentros eso de “este año sí, este año ya veréis cornúpetas…”doce años en que el derbi ya ni les importa, en que puede llegar el día que ni se les llene ese campucho edificado a golpe de favores urbanísticos oficiales (y lo que te rondaré morena).
Doce años en los que el futbolista del Atleti ha transmutado sus genes por obra y gracia de los SADuceos dirigentes, sometidos a los designios de los representantes y grupos inversores extranjeros, con tal de conservar la poltrona y poder seguir haciendo chanchullos a costa de arruinar a la institución. Doce años instalados en la mediocridad, la resignación, el miedo, la autocompasión, la falta de autoestima y competitividad, la inexigencia y el complejo de inferioridad. Esa es la panoplia actual del jugador atlético.
Han pasado 41 años desde que aquella noche, con casi ocho años, me acosté excitado, exultante, pensando que era hincha del mejor equipo del mundo y deseando que llegara la hora de encarar a los cervatillos de mi clase…esa noche en que como hoy, soñé con Luis Aragonés….
Eran las nueve de la mañana y esa noche del 92 jugábamos la Final de la Copa en el Santiago Bernabéu contra el Real Madrid.
Estaba con Manolo en la habitación, y álguien comenzó a dar puñetazos a la puerta. Nos despertamos con un susto de miedo.
- ¿Qué hora es?, le dije.
Él me respondió: "Son las nueve", mientras los puñetazos sonaban cada vez más fuerte.
- ¿Quién es?, chillé desde mi cama. "Soy yo, abra la puerta", me contestó.
Reconocí su voz: "¡Uf, el Míster a estas horas, no me jodas!, pensé. Abrí la puerta.
Luis Aragonés entró como una fiera. Levantó las persianas, cogió una silla y se sentó al lado de mi cama. Yo apenas tenía los ojos abiertos por la claridad del día.
- "Míreme a los ojos", me dijo.
- ¿Pero cómo voy a mirarle si todavía no he abierto los ojos?. Estoy seguro de que lo que me quiere decir lo podrá hacer más tarde, le respondí.
- "Ni hablar, usted me va a mirar a los ojos y me va a escuchar ahora, ¿Se acuerda usted de los insultos que le propinaron Míchel, Gordillo y Hierro a Pizo Gómez? ¿Usted sabe dónde y cómo le humillaron?"
- "Claro que lo sé. Desde un coche comenzaron a burlarse de Pizo en un semáforo y a decirle: "Eres nuestro ídolo y mil barbaridades", le respondí. Luis me contestó en seguida: "Pues bien, Paulo, hoy vengaremos a Pizo. Estos tres se van a tragar los insultos que le hicieron a su compañero y hasta el último día de sus vidas van a recordar el día de hoy".
Luis Aragonés no paraba de hablarme: "Usted se convertirá esta noche en el gran ídolo de Míchel, Gordillo, Hierro, su gran amigo Paco Buyo y compañía. Hoy no puedes fallar, lo tienes totalmente prohibido. Debe humillarlos como ellos hicieron con su compañero y ahora vuelva a dormir, pero recuerde que esta noche no me puede fallar".
Y se fue de la habitación. Obviamente ya no pude volver a domir. La Final de Copa para mí acababa de empezar a las nueve de la mañana y era lo que el Míster pretendía. Su gran objetivo era que yo empezase a jugar el partido mentalmente 12 horas antes. Aquel día finalmente, vengamos a Pizo.
Paulo Futre.